Cada segundo se vierten al mar 200 kilos de plástico, una amenaza directa al planeta formada por toneladas de residuos flotando en los oscuros fondos de los océanos, un paisaje desolador que tiene como banda sonora el quejido de las ballenas, o así imagina la instalación Cronómetro esta distopía.
La propuesta, obra de la artista chilena Denise Lira-Ratinoff, ahonda en la necesidad de concienciar acerca del rápido deterioro que están sufriendo los mares, motivo por el cual decidió utilizar 1.200 fardos de residuos sólidos para crear un laberinto con el que transportar al público a un futuro no tan lejano.
Mediante una propuesta dividida en dos espacios que se relacionan entre sí, Ratinoff crea una experiencia inmersiva en la que el público se adentra en un pasillo confeccionado con botellas de bebidas, envases de productos de limpieza y otros desperdicios recogidos de las costas y parques naturales de Chile.
A oscuras, los invitados a este viaje tantean con pasos cortos su próximo movimiento sobre un piso de vidrio que difumina los límites del espacio y les dirige hacia un final incierto que únicamente encuentra reposo en el quejido distante de las ballenas, banda sonora del recorrido.
Bajo este laberinto del desastre se encuentra una proyección que emula en el piso inferior el movimiento de las olas, una imagen idílica sobre la que cuelgan toneladas de plásticos listas para destruir su paisaje, su armonía biológica y todo tipo de vida que allí habite.
Todo ello coronado con la presencia de un cronómetro que avanza impasible mientras dialoga con ambas instancias, un recordatorio del paso inevitable del tiempo. Tiempo durante el cual dos tercios del planeta están siendo castigados sistemáticamente.
Ratinoff explicó a Efe que la idea de realizar esta instalación nació en ella hace ocho años, cuando trabajaba en un proyecto fotográfico sobre los océanos, a través del cual comprendió el impacto que tienen estos residuos en la naturaleza, una realidad que nos está "destruyendo".
Luego, continuó, en 2013, cuando se encontraba en el desierto de Atacama (norte de Chile) realizando otro proyecto, advirtió que en un espacio tan delicado no se reciclaba, razón por la que decidió tomar cartas en el asunto.
"Empecé a recoger los residuos con camiones y a llevarlos a Calama (en el norte de Chile), para hacer fardos con ellos. Ahí nació la idea de utilizar esas construcciones terribles que dan cuenta de la acción del ser humano para crear una instalación", sentenció la artista.
Una iniciativa que va en la línea de la apuesta que ha realizado Chile en los últimos años, con avances significantes en la protección de sus costas y la biodiversidad marina.
En concreto, el país austral ha restringido el uso de bolsas de plástico, prohibido el uso de la pesca de arrastre y ampliado su la red de áreas marinas protegidas, así como otras medidas, lo que le ha situado en la cabeza mundial en la lucha por la conservación de los océanos.
Si aún es cierto que existen amenazas sobre las que trabajar, como por ejemplo la industria de la producción del salmón en la región de Magallanes (extremo sur) que amenaza con dejar sin oxígeno las aguas y matar la fauna y la flora, la bandera azul ya es parte del debate público chileno.
Tanto es así que el país austral acogerá la próxima cumbre de las Naciones Unidas contra el cambio climático (COP25), en la que la nación anfitriona pondrá como eje central el cuidado de los océanos.
EFE / RA