Movilizaciones – más de las veces, armadas – las hubo, pero será a finales del siglo XIX y, desde la segunda parte de la década de los treinta del XX, que encontrarán o, en todo caso, tratarán de encontrar el cauce pacífico de las calles. Es en el período de López Contreras, donde la otrora aldea citadina caraqueña servirá de escenario para el impetuoso movimiento de la ciudadanía; e, incluso, sorprenderán las marchas o desfiles, concentraciones o mítines que, inscribiéndonos en la modernidad, anegarán ¼ de sus habitantes en la Plaza de los Museos y, será un poco más tarde, que los partidos deban enfrentar el reto de llenar el Nuevo Circo o la céntrica Plaza Urdaneta u O’Leary.
En la década de los sesenta, gobierno y oposición tendrán por hábito medirse en las veredas y avenidas de toda localidad que se precie, aunque – después – la movilización de masas, degenerará como espectáculo con las campañas electorales de los setenta y ochenta, perdiendo significación al finalizar la centuria. Por los noventa, fundamentalmente la televisión, reemplaza cualquier probanza en torno a los seguidores, militantes o simpatizantes de alguna individualidad o partido, cobrando una enorme significación la ilusión mediática que nos forzó a la post-modernidad.
Chávez Frías convirtió la calle en el mejor terreno de demostración de sus adhesiones, ante los adversarios que ya desconfiaban de ella, y – sobre todo – desde el poder, no había circunstancia que le impidiera convocar a los actos masivos. A lo largo de su mandato, siéndole cada vez más difícil anegar la Avenida Bolívar por ejemplo, se esforzaba por responder a la creciente oposición social, antes que partidista, que lo sorprendía con los inmensos llenos en toda la puerta de la Base Militar de La Carlota, antes y luego repelida con la pólvora constante y sonante camino a Miraflores.
Maduro Moros sólo ha formalizado la pérdida de popularidad de un régimen que la sostuvo por más de una década con sórdidos artificios, y – esta vez – sorprendiendo al mundo, conjugada la oposición social con la política, las autopistas resultan angostas para la protesta multitudinaria. Sin embargo, consolidado el rechazo a esta dictadura, nadie puede pretender confiscar la conquista del pavimento por una ciudadanía hastiada, por lo que se equivoca el cuarteto de partidos dominantes del parlamento que la plenaria sabatina de Las Mercedes les pertenece, intentándola como una fianza para el diálogo incondicional que los recorre no tan espectralmente.
Érase la muchedumbre espontánea y vigorosa de ayer, en reclamo de libertad y democracia, cuyo historial actualizamos en 2019. El presidente interino de la República, Juan Guaidó, está cumpliendo con un papel histórico que ojalá consume, pero la calle es y será libérrima: por muchos “asomaos” que haya, pertenece a la ciudadanía.
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