Ana María Echezuría trabajó en su máquina de coser, recordando aquellos atropellos vividos en su natal Venezuela y evocando los hechos, gracias a los diseños plasmados en las mascarillas que está ensamblando.
Ella hace parte del grupo de mujeres migrantes venezolanas, refugiadas y desplazadas colombianas que participaron en el corte, hechura y ensamble de tapabocas muy peculiares, pues muestran, a través de atractivos diseños, las etapas por las que pasa un migrante venezolano en Colombia.
En un taller del barrio La Playa, en Cúcuta, zona fronteriza entre Venezuela y Colombia, casi 10 mujeres elaboraron alrededor de 5.000 tapabocas con diseños inspiradas en la historia de personas que han tenido que abandonar su país por causas de fuerza mayor.
Este emprendimiento, apoyado por la Agencia de la ONU para Refugiados(ACNUR), se dio gracias al trabajo de la diseñadora Adriana Contreras y el trabajo gráfico de la ilustradora Carolina Arias.
“La realidad es que por estar acá, en Cúcuta, pues conocemos en carne propia toda esta desafortunada situación de los migrantes. Y yo siempre he tratado de colocar el tema social en mi trabajo”, cuenta Adriana, quien hace 18 años creó su empresa de confección y ya había trabajado con ACNUR anteriormente en otro proyecto.
La diseñadora le explicó a la VOA que estos tapabocas, de tres diseños diferentes, cuentan la historia de los migrantes en etapas: “Cuando salen de su casa, de su región. Todo lo que les toca atravesar; la travesía que que tienen que hacer, con el dolor, dejando toda su historia y su pasado. En parte, del futuro que alguna vez pensaron tener. Y ya cuando llegan aquí a Colombia, o bueno, adonde ellos se dirijan y se reencuentran con sus mismos compatriotas y es como ya otra vez empezar a ver como una luz”.
Cada caja de tapabocas conmemorativos tiene un costo de $25.000 pesos (un poco más de 7 dólares), y tiene tres unidades con diseños e ilustraciones que cuentan una historia.
Pero, dice ella, era un proyecto donde además querían involucrar a personas refugiadas, desplazas y migrantes, y es así como, a través de ACNUR, encontraron colaboradores como Ana María .
“Se involucraron y hacían el trabajo con amor porque estaban confeccionando su historia, no digamos en el tapabocas, y para ello fue también muy emotivo para estas señoras que participaron”, cuenta Adriana.
De migrantes para migrantes
Para Ana María, profesional en administración de empresas, fue una actividad muy significativa: “Cuando me contaron la historia, me quedé en silencio y me sentí tan identificada y, por supuesto, eso me dio más motivación para poder continuar con ese proyecto”.
La venezolana, quien llegó desde Caracas a Cúcuta, hace tres años y medio, trabajaba con el hierro, un material que según ella “es muy estratégico” en su país y, al tener buenos ingresos y negocios lucrativos, -dice-, fue secuestrada por delincuentes en 2011.
Fue "una mala experiencia", dijo Ana. "Luego de eso-cuenta-, yo quedé muy traumatizada a consecuencia de eso y durante ese año, no trabajé. Me encerré en la casa, no me atrevía ni a salir al patio”.
Hasta que en 2012, tras recibir ayuda psicológica, se reincorporó a sus negocios hasta que empezó a ser extorsionada con sumas astronómicas, cuenta, por su mercancía.
Luego, decidió no continuar trabajando en la zona para evitar las estafas, pero su hija fue secuestrada y quedaron con las manos atadas al no encontrar una autoridad que pudiera responder por esa denuncia. Tiempo después, nació su hijo y, una tarde en Caracas, fueron bajados de una camioneta y, posteriormente, amenazados. Situación que los llevó a tomar la decisión de salir del país y llegar a Colombia “con una mano adelante y otra atrás porque ya habíamos perdido todo”.
Actualmente, vive en Cúcuta y sobrevive gracias a trabajos varios y a que su esposo montó un taller de reparación de carros.
“Aquí es muy duro, sobre todo en Cúcuta, y al venezolano se le hace muy difícil porque, a pesar de que tenemos el PEP (Permiso Especial de Permanencia), con pasaporte sellado, de que alguna manera estamos legal, no somos bien recibidos porque a Cúcuta llega muchísimo venezolano que también hace daño”.
Ahora, está esperanzada en una fundación que acabó de abrir para brindar ayuda a venezolanos y colombianos.
Ramona López, una desplazada colombiana, también hizo parte de la confección de estos tapabocas. Con 65 años, llevó el material a casa para hacer el trabajo.
Desde 1994, llegó a Cúcuta, junto a sus dos hijos, después de que su esposo fue asesinato en la ciudad de Ocaña, según le dijo a la Voz de América.
Dice que ha trabajado en muchas fábricas “cosiendo y elaborando en la máquina. Después tenía una maquinita pequeña 'caserita' y me traía el material de la fábrica, elaborada en la casa y cuando terminaba iba y entregaba. Trabajé en muchas fábricas de hacer camisas, sudaderas, cortinas, de cada cosa un poquito”.
“Con eso, sobresalía gracias a Dios, es muy bueno saber uno un arte y saberse defender en la vida”, dice esta abuela orgullosa, quien además terminó sus estudios de bachiller en 2017.
El 30% de los recursos obtenidos con la venta de los tapabocas se destinará a fortalecer albergues en Cúcuta que acogen y atienden a mujeres embarazadas o lactantes, y a sobrevivientes de violencia sexual y de género.
Según Migración Colombia , hasta diciembre, 1,7 millones de venezolanos se encontraban en el país.
Informe21/LJ