“¿Qué es Ucrania?” Sobre la posible (nueva)
escalada en la guerra ruso-ucraniana
Desde
hace un par de semanas, Rusia amasa una significativa fuerza militar en la
frontera oriental de Ucrania. Una interpretación posible, y extendida
inicialmente, es que se trata de una demostración de fuerza para intimidar a
Kiev.
NICOLÁS DE PEDRO
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9 de abril de 2021
Ucrania puede ser
atacada por Rusia de manera inminente. Aunque lleva sufriendo
la agresión rusa desde marzo de 2014, Kiev teme sufrir un ataque de una
intensidad mayor que cualquiera precedente y, potencialmente, devastador.
Desde hace un par de semanas, Rusia está amasando
una significativa fuerza militar en la frontera oriental de Ucrania. Una
interpretación posible, y extendida inicialmente, es que se trata de una
demostración de fuerza para intimidar a Kiev –que en las últimas semanas ha
adoptado medidas para desmantelar la capacidad de influencia rusa dentro de
Ucrania por medio de oligarcas ucranianos próximos a Moscú–. Una señal clara
para el Kremlin de que la oportunidad que, presumían, representaba la
presidencia de Vladímir Zelenski se desvanece. Lo que aumenta
estos últimos días es la incertidumbre sobre las intenciones últimas de Moscú,
tanto por el volumen y características de su
despliegue como por la intensa campaña de los principales propagandistas rusos
instando o bien a la anexión de la porción del Donbás que
controla Rusia o bien amenazando con “el fin de Ucrania”.
¿Está Rusia preparando el terreno para justificar
una posible intervención ante su opinión pública o es una simple estratagema
militar y mediática para forzar a Ucrania y a las potencias euroatlánticas a
una negociación en los términos que desea el Kremlin?
En este escenario de calma tensa, el
presidente Zelenski ha encontrado el aliento del secretario general de la
OTAN, Jens Stoltenberg y, de forma muy
visible, de la nueva administración estadounidense. En la última semana, el
líder ucraniano ha recibido las llamadas del presidente Joseph Biden,
del secretario de Estado, Antony Blinken, del consejero de Seguridad Nacional,
Jake Sullivan, del secretario de Defensa, Lloyd Austin, y del jefe del Estado
Mayor Conjunto, el general Mark Milley. Soplan otros vientos en Washington,
pero que esto vaya a traducirse en un respaldo efectivo si se desatan las
hostilidades es harina de otro costal y Moscú es consciente de eso.
La postura de la UE
Lo mismo respecto a la Unión Europea.
Por mucho que el alto representante, Josep Borrell, haya expresado
su apoyo explícito a la soberanía e
integridad territorial ucraniana, está fuera de juego en esta partida. La declaración franco-alemana un par de días
después instando a “todas las partes a mostrar contención y desescalar las
tensiones” es un mensaje cristalino para el Kremlin: Europa ni está ni
cabe esperarla. Alemania sigue empeñada en la finalización del gasoducto
Nord Stream 2 y Francia aún insiste en la mal concebida y fallida “iniciativa
Macrón” –la enésima propuesta europea de reset a Rusia–. Pase
lo que pase, haya escalada o no, Berlín y París apostarán por el
apaciguamiento. La facilidad y candidez con la que están cayendo de lleno y en
cadena varios países europeos en la operación de influencia lanzada por Moscú
con la vacuna Sputnik V hace albergar aún menos esperanzas en una UE con
consistencia estratégica.
No es casual, por ello, que en la larga entrevista
con el secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Nikolai
Pátrushev, publicada el 8 de abril por el Kommersant,
la UE apenas aparezca mencionada y sea únicamente para afirmar la disposición
rusa para auxiliar a unos países europeos que “necesitan ayuda […] y nos están
pidiendo nuestras vacunas para salvar las vidas de sus ciudadanos”. Pátrushev,
pretoriano del presidente Vladímir Putin desde sus turbios
años en San Petersburgo, afirma también que Rusia “no tiene planes para
intervenir directamente en Ucrania”. Es difícil aventurar si es un intento de
generar más confusión o de encubrir y justificar después una posible
intervención en ciernes, que se presentará como reactiva y con el supuesto fin
humanitario de “proteger a los ciudadanos rusos del este de Ucrania”. Es un
escenario ya visto en la guerra de Georgia de agosto de 2008.
Moscú lleva meses repartiendo pasaportes a diestro y siniestro,
instrumentalizando aún más a la población del Donbás en su agenda geopolítica.
Conviene no perder de vista que esta guerra va del
control estratégico de Ucrania, ni más ni menos. Moscú quiere forzar a Kiev a
aceptar como mínimo el “derecho de veto” del Kremlin sobre la política exterior
ucraniana e, idealmente, acatar su completa tutela y subordinación geopolítica
a Rusia. En ese mundo multipolar que anuncia y concibe Rusia (y China), la
soberanía real no es un derecho inherente de cualquier Estado reconocido por
las Naciones Unidas, sino el privilegio de quienes pueden ejercerla por sí
mismos. De ahí que no convenga tampoco caer en las trampas retóricas de la
diplomacia rusa –descentralización ucraniana, derechos lingüísticos de las
minorías, el “mundo ruso” (Ruskiy Mir), etcétera– que solo buscan
enmascarar y legitimar la anulación formal de la soberanía y
existencia de Ucrania. Esa concepción de la soberanía –no un derecho sino un
privilegio resultado de unas capacidades– unida a las dificultades del poder y
el nacionalismo ruso para aceptar plenamente la existencia de Ucrania (y
Belarús) como una realidad nacional al margen de Rusia ha lastrado la
normalización de la relación bilateral desde la desaparición de la Unión
Soviética en 1991.
«En ese mundo multipolar que anuncia y concibe
Rusia (y China), la soberanía real no es un derecho inherente de cualquier
Estado reconocido por las Naciones Unidas, sino el privilegio de quienes pueden
ejercerla por sí mismos»
La progresiva militarización de la política
exterior rusa estos últimos años y el desequilibrio de fuerzas entre
Rusia e Ucrania azuza el deseo del Kremlin de solventar la cuestión ucraniana
de forma expeditiva. Pero una cosa es el empleo de artillería a distancia y,
frecuentemente, desde el lado ruso de la frontera y otra muy distinta, por
ejemplo, ocupar el territorio ucraniano al este del río Dniéper.
Los ucranianos han mostrado una enorme tenacidad y
determinación para resistir y la población local del sur y el este una escasa
predisposición para sumarse o respaldar la invasión rusa. Esa y no otra, fue la
principal razón del fracaso de la operación Novorossiya en la primavera de
2014. No obstante, las dos ocasiones en las que Ucrania ha tenido que
enfrentarse a las fuerzas regulares rusas de forma abierta –tres si incluimos
el asalto a buques ucranianos en aguas internacionales próximas al estrecho de
Kerch en noviembre de 2018– se saldaron con las severas derrotas ucranianas en
las batallas de Ilovaisk, en agosto de 2014, y Devaltseve, en febrero de 2015,
que condujeron a la firma de sendos protocolos de Minsk. Ambos son acuerdos muy
desfavorables para Kiev y, en la lectura del Kremlin, imponen una reforma
constitucional a Ucrania sobre la que Rusia se arroga de facto derecho de veto.
¿Está Moscú pensando en un golpe similar que doblegue de una vez por todas la
voluntad de Ucrania?
De ahí el temor de Zelenski a un golpe demoledor
ruso y su apelación estos últimos días a la OTAN y algunos de sus miembros. No
es la primera vez que Ucrania llama a las puertas de la Alianza. La cumbre de
la OTAN celebrada en Bucarest en abril de 2008 dejó la puerta entreabierta para
un futuro ingreso de Ucrania y Georgia, pero sin ofrecimiento de un calendario
concreto o de un Plan de Acción de Membresía (MAP, por sus siglas en inglés)
paso previo a una incorporación efectiva. La oposición de Alemania y Francia y
la escasa determinación de la administración de George W. Bush, en su último
año de mandato y entrampada en los teatros afgano e iraquí, dejaron a Kiev y
Tbilisi en el peor de los mundos: dentro de forma inminente a ojos de Moscú,
fuera sine die en el de unos aliados europeos siempre
temerosos de irritar al Kremlin. El resultado no se hizo esperar. Cinco meses
después, los tanques rusos a punto estuvieron de tomar Tbilisi. Seis años
después, Moscú se anexionaba Crimea por medio de una rápida
ocupación militar e injertaba artificialmente un conflicto armado en el este de
Ucrania.
Según algún reporte
de prensa ruso, durante una reunión privada entre Putin y Bush
en los márgenes de aquella cumbre, el mandatario ruso le indicó retóricamente a
su homólogo estadounidense: “mira George, Ucrania no es ni siquiera un Estado
¿Qué es Ucrania?”. Y según una transcripción no oficial él mismo dio la
respuesta durante su intervención en la reunión plenaria indicando que se trata
“de un Estado muy complejo […] cuya forma y existencia se debe a la decisión
soviética al respecto […] y en el que viven 17 millones de rusos”. Una
confusión interesada y persistente entre rusos étnicos y ciudadanos de la
Federación Rusa.
Es importante tener en cuenta que la comprensión
del Kremlin de la realidad ucraniana presenta un fuerte sesgo cognitivo. Una
cuestión que ha conducido a una lectura errónea desde Moscú de los
acontecimientos en Ucrania, al menos, desde los años finales de la Unión
Soviética. La fallida operación Novorossiya –el Kremlin
esperaba que las poblaciones del sur y este de Ucrania se sublevarán
masivamente y solicitaran la ayuda militar rusa– es solo el último ejemplo de
este persistente error de interpretación.
El proceso de toma de decisiones del Kremlin sigue
siendo tan o más opaco y restringido que cuando Putin decidió la anexión de
Crimea en marzo de 2014. Es muy probable que las únicas fuentes de información
de Putin sean sus servicios de inteligencia, particularmente el FSB a través de
su director, Alexander Bortnikov, y que solo consulte con el mencionado
Pátrushev y su jefe de gabinete en el Kremlin.
Por ello, con el Kremlin no conviene dar nunca nada
por sentado y aunque tampoco sea aconsejable aventurarse demasiado en anticipar
sus movimientos, la UE haría bien en considerar cuidadosamente todos los
escenarios posibles, incluyendo la posibilidad de un incremento simultáneo de
tensiones en otros espacios como el Báltico o el estrecho
de Taiwán –el respaldo ruso a los militares golpistas en Myanmar estos
días sugiere una creciente coordinación táctica con China–-. Se avecinan
tiempos adversos y poco propicios para la UE y, por supuesto, para Ucrania.