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¡Buenos días, vejez!

“Caray, se me olvidó lo que le quería decir. A lo mejor lo vuelvo a recordar. Aaah sí. A veces me voy a mi habitación para buscar un objeto cualquiera, y en el trayecto,  olvido totalmente  lo que yo estaba buscando”. Uno pierde la memoria para las cosas más insignificantes. “Ha llegado el tiempo  de las agendas, los pedazos de papel para recordar. Y después… Ayer, por ejemplo, me daba  risa: volví a encontrar  en la nevera,  por casualidad, el manojo de llaves que yo ya no buscaba…”. Uno pierde poco a poco la vista,  el oído, la movilidad. Es el tiempo de los lentes y de los aparatos auditivos. Y lo que se pierde, a veces se vuelve a encontrar en los lugares  más imprevistos o más extravagantes… A fin de cuentas (a fin de viaje),  perdemos  casi todos algo: flexibilidad de los miembros, vigor muscular,  destreza de las manos. La mayor parte de la vida, ignoramos lo que es el hígado, la rata, el colon, el corazón. Pero viene el momento en el que no nos  permiten seguir  haciéndonos los locos.  Debemos dejar en culpable ignorancia el hecho de no saber nada sobre ellos. ¿Cuál de ellos, por ejemplo,  levantará primero la bandera de la libertad o de la rebeldía? Fantástica complejidad de un organismo en estado de funcionamiento. ¡Pero tan frágil!

Uno se acuerda de la exaltación  del autor del salmo 139: “Te doy gracias por haber hecho de mi cuerpo tantas maravillas de funcionamiento”. Pero, dice Job, “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá volveré”. Esta “desnudez” significa  la pérdida de cualquier haber, de toda posesión; de cualquier agresiva conquista de vida. Es el regreso  al “yo” sin paravientos ni artificios. Sin juventud  ficticia ni estética forzada. Así volvemos a encontrar la desnudez original, perdiendo la ilusión de ganar por nuestras propias fuerzas  cualquier posesión adherente al “yo”. Lo que nombramos envejecimiento   es, pues, el camino hacia el punto de partida, aquel que recorrió Jesús (dice san Pablo), despojándose de su misma condición divina, hasta la más absoluta desnudez de la cruz.  La Vida surge ahí mismo donde     veíamos muerte. En ese sentido la vida no surge  detrás de nosotros, sino delante de nosotros. 

Sacerdote de Petare 

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Información Tomada de: Ultimas Noticias

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