Aclaraba Renny Otolina, el locutor #1 de Venezuela, en su último programa de televisión del 31-12 de 1973, que había un error de perspectiva ‒yo agrego, también de interpretación‒ en relación a la concepción de la industria de la televisión; ésta la conformaba no solo el empresario que invertía en equipos, transmisores, trabajadores y planta física para establecer la estación de televisión, las cuales para la fecha operaban canales del Estado Venezolano ‒no había TV por cable ni satélite‒, sino que se debía considerar también a los millones de receptores en nuestros hogares, parte indispensable de esta ecuación, para que se diera este negocio llamado la industria de la televisión. Él mencionaba una cifra para poner en perspectiva la proporción de la participación de las partes en este negocio, asumía que el dueño del canal había invertido 150 millones de bolívares, mientras que los televidentes al comprar cada aparato receptor, en conjunto, representaban un monto de digamos mil millones de bolívares. ¡Na guara!
La pregunta ¿dónde está el peso de este negocio, en la estación de televisión que difunde los contenidos – de factura propia o de terceros‒ o en el usuario dueño del receptor que los consume?
Le puso la guinda a la torta, en su último programa, dejando claro al inicio, en su extensa editorial, que no pertenecía a ninguna ideología, por cuanto ello le encasillaba mentalmente.
Siguiendo este razonamiento veamos otros casos donde el consumo y consumidor son la medida del éxito de una empresa, por ejemplo: Facebook cuando habla de su éxito menciona el número de sus cuentas de usuarios, para la fecha de este escrito, al parecer ronda por los 2.700 millones de cuentas activas ‒nada mal tomando en cuenta los 4.660 millones de usuarios de Internet‒ ; YouTube y WhatsApp andan por los 2.000 millones; Instagram por los 1.200 millones y Tik Tok por los casí 700 millones; Telegram por 400 Millones y Twitter por 350 millones. (Cifras tomadas del Digital 2021, We are social de Hootsuite, reporte enero 2021)
Todas miden su valor por el número de sus usuarios y consumidores, añadiendo en las evidencias de su éxito también indicadores de uso: en cuanto al tiempo de uso; la interacción con los posts (me gusta, comentarios y re-envío); las reacciones frente a publicidad, venta y promoción, indicando por ejemplo número de clicks para ver anuncios publicitarios o para dirigirse a sitios en internet o a cuentas de las empresas anunciantes o para realizar compras electrónicas. Curioso, poco hablan de ingresos.
En fin, es uno ‒llámese usuario, cliente o consumidor‒ quién determina el éxito de una empresa, pues es allí donde se “realiza el valor” que éstas producen ‒sea un bien o servicio ‒. Perspicazmente, esta verdad podría explicar el afán actual de las empresas por conocernos por acercarse a nosotros, por humanizar sus marcas, etcétera, en las diferentes formas que ahora permite la tecnología de información.
Si colectivamente nos percatáramos de la importancia que tenemos en la cadena de valor o encadenamiento productivo como consumidores; reconociéramos que somos el eslabón fuerte y no el eslabón débil y perdido; ¡si nos organizáramos colectivamente y buscáramos actuar un poco más consciente, en lugar de impulsiva, obsesiva y caprichosamente, otro gallo cantaría, verdad!
Y eso sin mencionar que, por lo general, mayoritariamente, este consumidor también ejerce el rol del trabajador que mueve la producción.
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