Si alguna política debe estar enredada en la administración pública, y mira que las hay, es la de Recursos Humanos. Tanto, que hasta deben existir nóminas de expósitos desde el instante en el cual a algún psicólogo corporativo se le ocurrió propinarle el remoquete de Recursos a los Humanos.
El Buscador de Google así lo corrobora, pues al tratar de categorizar la palabra “Recursos”, el primer diccionario disparado por el algoritmo del Gran Hermano lo identifica como “Masculino plural”, es decir, mujeres y LGBTQI+ no son “Recursos”.
Quizás por aquí se encuentra la explicación a la mala remuneración que reciben las personas “No masculinas”: usurpan u ocupan cargos de “Recursos” que son propios de los «Masculinos»; o hay cargos intencionalmente mal remunerados porque están diseñados para ser ejercidos por los “No Recursos”.
Pero hay más embrollos. El primer diccionario que muestra Google en pantalla también afirma que “Recursos” son un “Conjunto de bienes, riquezas o medios de subsistencia”, al grado de citar como ejemplo ilustrativo: «No dispongo de recursos suficientes para comprar una casa». Y hasta otro concepto que hace de los humanos más instrumentales: “(Recursos) Conjunto de elementos disponibles para resolver una necesidad o para llevar a cabo una empresa”.
Y si la génesis del término incomoda por tratar a los humanos como piezas, medios, trampolines, herramientas o cosas, la selección del “Recurso” se pone más turbulenta cuando el consustancial ejercicio político del gobierno asume que de esos “Recursos” dependen el éxito de las políticas públicas y los resultados electorales. Puros instrumentos.
Es en este momento cuando la identidad y compromiso político entra en el plato de la balanza frente a la idoneidad ética profesional, para provocar en el péndulo un movimiento perpetuo sensible y sujeto a infinidad de variables, muchas fácticas, tangibles; otras excesivamente subjetivas.
Veamos un caso. Recién la periodista Mary Pili Hernández, en su programa Sin duda, de Unión Radio, entrevistó a Rodrigo Cabeza, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad del Zulia, quien fuera ministro de Finanzas del expresidente Hugo Chávez.
Previo a la pregunta acerca de su visión sobre cuál será el cierre de la economía en 2021, Hernández expresa que la hiperinflación pareciera estar cediendo. Cabeza arranca su respuesta con acento pedagógico afirmando que no se puede hablar de la economía sin los números, para luego enfatizar que el primer indicador de la economía es la producción.
“Es el Producto Interno Bruto, PIB …y ese número ya está”, exclama. “Estamos en el octavo año de recesión económica. El número indica que hemos decrecido menos 4%”, afirma Cabeza, sin identificar la fuente. “Alguien diría que se desaceleró. Va a estar en menos cuatro por ciento y el año pasado estuvo casi en menos 30%”.
Tras el inevitable reconocer que la recesión o caída de la economía ha perdido empuje, pronuncia la siguiente frase, acoplada al sesgo ya instalado en su visión política, el cual le pide, cual sesgo al fin, reacomodar la realidad al pensamiento para que vuelva a su estado de comodidad.
“Está bien», admite. «Pero en 2021 se produjo menos riqueza en términos generales. En el contexto de América Latina, Venezuela es una de las pocas economías que no creció. Decreció junto a la de Haití. En cuanto a los precios, este año es el cuarto con hiperinflación. Va a terminar entre 900% y 1000%».
En ese momento interviene Hernández para expresarle que economistas afirman que hay hiperinflación cuando el índice mensual supera 50%, y le señala que desde hace diez meses la cifra está por debajo de ese porcentaje. De inmediato solicita a Cabeza que corrobore si el país está saliendo del proceso hiperinflacionario.
“Eso es un debate muy académico entre economistas”, elude con desdén el también académico. “El número indica que vamos a terminar con una inflación anual de 900%, otros dicen 600%. Hay una desaceleración, es verdad. Pero este número es destructivo para el salario. Incluso hay vaticinios de que en 2022 será de 400%. Eso es el fracaso de una política económica”.
Cabeza admite que la recesión de la economía se está desacelerando, la hiperinflación está cediendo, que el próximo año habrá un menor ritmo alcista de precios; pero con silogismos reitera que la política económica es un fracaso porque la economía cayó, así sea menos; la hiperinflación es menor, pero sigue habiendo hiperinflación.
Es así como según el enfoque metodológico y pedagógico del profesor titular de LUZ y exministro de Finanzas de Chávez, la economía no se analiza como proceso, tendencia, sino como fotografía, estática, en la cual el pasado tiene poca importancia, es solo un dato, desdeñable, entre los cuales debe estar el suyo como ministro de Chávez. Cuestiona que hoy haya inflación, así la tendencia del indicador revele descenso. Igual tratamiento aplica al PIB.
Bajo la perspectiva de Cabeza, la mejor política económica sería la que reduce ya, de ipso facto, de un solo jalón, de un día para otro, con tratamiento de shock, la inflación; a riesgo de tildarla incluso de fracaso en algún minuto previo al momento de lograr la cifra por él deseada.
Regresemos. Exigir compromiso político cual requisito para la asunción de un cargo de importancia en la administración pública podría ser explicable, más cuando de tales responsabilidades dependen el éxito de las políticas públicas y los resultados electorales; pero si tal postura se impone sobre las cualidades ética profesionales, crece la probabilidad de que la designación atienda más a la consecución de un Recurso y conduzca a errores que atentan contra los planes y políticas públicas, de las cuales dependen, precisamente, los resultados electorales.
La entrada Rodrigo Cabeza, en Sin dudas, de Mari Pily Hernández se publicó primero en Últimas Noticias.
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