Los tiktokers del momento han corrido a confirmar la noticia: un Starbucks ha abierto en Caracas y hay fila para entrar. Un frapuchino con caramelo cuesta siete dólares y el menú de bebidas es similar al que ofrece la icónica cafetería en las 30.000 tiendas que tiene en 78 países. El Starbucks venezolano, sin embargo, parece ser pura espuma. Una semana de revuelo en las redes sociales ha seguido a la apertura de una supuesta sucursal de la cafetería dentro de un supermercado que cuelga en su fachada el archiconocido logo de la sirena de dos colas de la compañía californiana... aunque no sea una de sus tiendas oficiales.
Hay gente que fantasea con ser Anne Hathaway en El diablo viste de Prada, corriendo con unos vasos de café por una mini Nueva York de utilería como pudiera parecer hoy Las Mercedes con sus decenas de torres empresariales vacías. En esta zona en el este de Caracas se abrió el supermercado con la supuesta cafetería internacional y también han aparecido concesionarios de autos de lujo, casinos, más tiendas de productos importados y restaurantes que permanecen copados de comensales, entre los altos edificios de oficinas solitarios. El espejismo de una recuperación económica en un país petrolero que cumple ocho años en contracción levanta sospechas, como el Starbucks.
Sobre el nuevo local —del que hay otras dos versiones en ciudades del interior del país que han pasado más desapercibidas— se dijo inicialmente que se trataba de un emprendimiento parte del programa We Proudly Serve (Servimos con orgullo, en inglés) que la marca gestiona a través de Nestlé para comercializar algunos de sus productos. Esa tesis al final no coló. Nestlé Venezuela y Starbucks, desde Estados Unidos, emitieron comunicados en los que se desvinculan de la cafetería en apenas dos párrafos y agregan que el programa no opera en Venezuela. Pese a las aclaratorias, los que visitan la cafetería de Las Mercedes se toman el café en un vaso con el logo de marca y con su nombre escrito en marcador como se acostumbra.
La evidencia ha obligado a George Nieves, que figura como CEO de Yeet! —el supermercado que alberga la cafetería— a reconocer que aunque usan el logo y sus productos no son una tienda Starbucks oficial, pues la compañía no opera con el modelo de franquicias. “Con la apertura del café solo buscábamos que la experiencia de compra en la tienda fuese más amena y divertida”, ha admitido en una entrevista al medio venezolano El Nacional en la que promueve su marketplace. La página web de Yeet! los describe como un grupo de jóvenes emprendedores cuyo ideal es “traer a Venezuela una experiencia de compra internacional”.
El objetivo de negocio de los emprendedores puede resultar paradójico en un país sancionado, cercado diplomáticamente, que redujo casi al mínimo su conectividad aérea con el exterior —desde mucho antes que la pandemia— y en el que más del 90% de su población es pobre luego de 20 años de revolución chavista y de la migración de más de seis millones de venezolanos.
La discusión sobre el uso indebido de una marca parece no estar presente en este caso, por ahora. Otros negocios han surgido en el último año que son copias de marcas internacionales de las cuales usan logos, nombres, tipografía y empaques similares sin mayores pudores sobre la propiedad intelectual. Después de todo, desde 2019, todo el que compre una caja de Zucaritas o Corn Flakes hechos en Venezuela, estará consumiendo una imitación más de las que se han hecho habituales. Cuando Kellog’s se fue de Venezuela, el Gobierno tomó sus instalaciones y continuó produciendo sus cereales, pese a las advertencias de la compañía que se trataba de un uso ilícito su marca.
La economía negra
La dolarización de facto que vive el país alcanza 70% de las transacciones y ha potenciado esta economía de bodegones y supermercados que se vale de las importaciones libres de aranceles y controles sanitarios que ha autorizado Nicolás Maduro, mientras la producción nacional está arruinada. Los dólares que han terminado de desterrar al bolívar en Venezuela tienen distintos orígenes: la repatriación de capitales, las remesas de algunas exportaciones privadas, lo que genera la venta de petróleo, oro y chatarra con la que se financia al Gobierno de manera subterránea y lo que entra por lavado de dinero.
Firmas como Ecoanalítica calculan que una creciente economía negra o ilícita ya aporta el 20% del reducido PIB actual y ha empezado a crear algunas de estas burbujas de crecimiento y empleo de las que también forman parte las concesiones dadas por Maduro sobre bienes expropiados y empresas públicas quebradas, en transacciones opacas con socios amigos y bajo la confidencialidad que permite la ley antibloqueo sancionada a principios de este 2021 por el nuevo parlamento chavista. Las sanciones de Washington, lejos de presionar al Gobierno, le han permitido crecer en esta economía subterránea.
Después de los peores años de la escasez y la mayor contracción, como consecuencia de los controles que impuso el socialismo bolivariano a la economía por casi dos décadas, la apertura de supermercados y bodegones se ha convertido en un acontecimiento en Venezuela. A principios de diciembre un supuesto Amazon Depot comenzó a vender baratijas que nadie sabe de dónde provienen en el centro de Caracas usando, de la misma manera que el Starbucks, los logos del gigante de las compras electrónicas. Las filas de personas esperando a entrar volvieron a verse. En los últimos meses, la apertura de varias tiendas de alimentos y equipos electrónicos han generado el mismo efecto ansioso por comprar.
Si bien Venezuela logrará este año una contracción moderada y está rumbo a salir de la hiperinflación, la apertura económica a la que se ha visto obligado el Gobierno también arrastra una profunda desigualdad. A un pensionista venezolano o un trabajador de la administración pública no le alcanzará su ingreso de todo un mes para tomarse un frapuchino de imitación, quizás ni siquiera un café sencillo nacional. El despertar económico, sin embargo, ha dado un respiro a una parte del sector privado sobreviviente —que incluso ha registrado un crecimiento— que irriga aguas abajo y reduce la tensión social por la grave crisis económica. Los que perciben alguna parte de sus ingresos en dólares o reciben remesas han mejorado su poder adquisitivo y podrán tener un mejor año que la mayoría de los venezolanos.