La táctica usada por el presidente ruso con Crimea resultaría similar a la que el dictador nazi empleó en los Sudetes y el Ruhr, a los ojos de políticos de la talla de Hillary Clinton.
Vladimir Putin, actual presidente de Rusia, y Adolf Hitler, uno de los mayores genocidas que ha pisado la Tierra a lo largo de la Historia, son dos personajes cuyos mandatos están separados en el tiempo por más de 70 años. Sin embargo, para personajes de la talla de Hillary Clinton, la forma de proceder de ambos tiene muchas similitudes ya que, según destacó, el ruso está actuando de forma equivalente a la del dictador alemán en los años 30.
Concretamente, la estrategia que Putin está llevando a cabo en Ucrania –donde existe un conflicto entre los partidarios de Europa y aquellos que consideran que su futuro se encuentra inexorablemente ligado a Rusia- guarda muchas similitudes con una maniobra realizada por Adolf Hitler para conquistar los Sudetes en 1938 y con el discurso que el líder nazi usó durante la ocupación de la cuenca del Ruhr por Francia tras la Primera Guerra Mundial.
Los Sudetes
En uno de sus primeros ataques contra el presidente ruso, Clinton señaló que Putin está utilizando un discurso muy similar al que Hitler empleó para justificar la anexión de Checoslovaquia al imperio nazi. «Hitler decía: Si a los nacidos en Alemania, a los descendientes de alemanes que viven en lugares como Checoslovaquia y Rumania no se les está tratando bien, debo ir y protegerles. Eso es que lo ha puesto nervioso a medio mundo», destacó la ex secretaria de Estado en referencia a las declaraciones en que el máximo líder ruso señalaba que no dudaría en usar la fuerza para salvaguardar la integridad de los rusos en Ucrania .
Mediante esta afirmación, Clinton hace una referencia directa a 1938, una época en la que Adolf Hitler ya había cogido las riendas de un país cansado de pagar a los aliados las conocidas como «reparaciones de guerra» -unos cuantiosos impuestos que debía entregar a los vencedores de la I Guerra Mundial por haberse determinado que, en gran parte, aquella gigantesca contienda se había desatado por culpa de Alemania-. Sin embargo, con lo que no contaban los aliados era con que el líder nazi se iba a valer de ese resentimiento para recabar seguidores en el pueblo, conseguir el poder y comenzar un expansionismo obsesivo a nivel internacional sobre multitud de tierras que consideraba, de una forma u otra, alemanas.
Hitler pretendía invadir los Sudetes alegando la protección de los alemanes que vivían allíEse fue el caso de los Sudetes (en Checoslovaquia), donde residían un buen número de alemanes que sirvieron como excusa al dictador para reclamar para sí el país. «La existencia de tres millones y cuarto de alemanes en los Sudetes proporcionó a Hitler el pretexto que necesitaba. Durante la crisis de (mayo) 1938 se abusaría de la cuestión de la situación de esta minoría, como escudo a las intenciones de Hitler por destruir el Estado checo. Desde 1935 el Partido Nazi sudete estaba subvencionado por Alemania. El gobierno checo buscaba el entendimiento con esa minoría, pero después de 1938 (el partido) prosiguió la política, acordada con Hitler de mostrarse insatisfecho por cualquier concesión que se les ofreciera», afirma la investigadora M. J. Thornton en su obra «El nazismo. 1918-1945».
Las autoridades checoslovacas nada pudieron hacer ya que, aunque tenían una alianza con Francia y Rusia, la primera potencia mantenía una política no belicista y la segunda no tenía capacidad para enviar tropas si los nazis se decidían a atacar. La presión de Hitler, ansioso de atravesar con sus soldados la frontera y «liberar» los Sudetes por la fuerza, hizo el resto y, tras una conferencia internacional, Checoslovaquia tuvo que pasar por el aro (o, más bien, la esvástica) y ceder una buena parte de su terreno al dictador para evitar, por las buenas, la guerra.
«Checoslovaquia fue obligada a acceder a la pérdida de 28.500 km cuadrados de territorio, discontinuidad de sus servicios de ferrocarriles, serios menoscabos en su industria y pérdida de sus fortificaciones. Ochocientos mil checos pasaron a ser súbditos alemanes. (…). Después (…) la influencia alemana actuó para persuadir a los eslovacos y a sus minorías alemanas de que pidieran la independencia», destaca la historiadora en su obra. Finalmente, el temor internacional a una nueva guerra acabó desequilibrando la balanza en beneficio del «Führer», quien, para terminar, expulsó de su hogar a una gran parte de la población checoslovaca.
La toma del Ruhr
No obstante, no es necesario recurrir a 1938 para buscar símiles entre las actuaciones de Hitler y Vladimir Putin pues, años antes -en 1923- el dirigente nazi utilizó un discurso similar al del líder ruso. En aquel tiempo Adolf no era más que un cabecilla extremista de poca monta que soñaba con revolucionar el país a base de fusil y cuchillo y que, por llevar a cabo varias revueltas contra el régimen establecido, se ganó un lugar en los calabozos alemanes.
Por entonces la I Guerra Mundial acababa de terminar, y Alemania se encontraba asfixiada por el pago de las «reparaciones de guerra» que, por la insistencia de Francia, no paraban de subir y subir. Tal fue el dinero solicitado que el país galo, a sabiendas de que el gobierno alemán no podía hacer frente a las deudas, decidió ocupar por la fuerza la denominada «cuenca del Ruhr», una región al oeste del país germano característica por su gran riqueza en carbón.
¿Cuál fue la reacción del gobierno alemán ante este ataque?... Ninguna. Esta inactividad por parte de los líderes germanos nunca fue perdonada por Hitler quien, en el libro que escribió en la cárcel -«Mi lucha»-, afirmó que hubiera usado aquella revuelta como excusa para dar rienda suelta a la guerra e invadir el país galo. «Mediante la ocupación del Ruhr, el destino volvió a ofrecer a Alemania una nueva oportunidad para defenderse. Lo que a primera vista parecía una terrible desgracia, contenía posibilidades extremadamente promisoras para poner fin a los padecimientos de Alemania», señalaba el todavía no «Führer» en su obra.
Esta forma de proceder no se aleja mucho de la del presidente ruso Vladimir Putin, quien podría haber hecho uso de las revueltas sucedidas en Ucrania para movilizar a sus tropas, invadir el país y, en último término, favorecer con ello la solicitud de un referéndum de anexión a su país en la Península de Crimea.