
En la última década, Venezuela ha enfrentado un desplome económico sin precedentes que ha transformado radicalmente su mercado laboral. El país enfrenta desde entonces una reducción del empleo formal, una fuerza de trabajo envejecida y brechas de género cada vez mayores.

Ya en las calles se observan cada vez más personas que dejan trabajos formales en empresas o comercios para dedicarse a laborar por cuenta propia. Muchos de ellos se definen como “emprendedores”, aunque la realidad lo que muestra es una nueva manera de ejercer la economía informal, más allá de los tradicionales buhoneros o comerciantes callejeros.
Reflejo de ello se observa en zonas como la parroquia Candelaria, otrora zona de carácter turístico y gastronómico, donde los restaurantes de comida española le daban a esa urbanización caraqueña su toque bohemio.
La crisis de los últimos años, la pospandemia y otros factores la hacen ver ahora con otro tipo de ofertas más populares; algunas formales en locales establecidos, otras en plena acera, en tarantines o carritos móviles, que venden desde sopas de mariscos y otras especies marinas hasta frutas picadas, cochino «en barril» e incluso sushi frente al humo de los carros, algo impensable en un pasado cercano.
Estudio revelador
Un reciente estudio del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), con base en datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), determinó que durante estos últimos 10 años la informalidad laboral ganó terreno hasta el punto de ocupar el 51 % de la fuerza laboral del país.
Según datos de la Encovi, realizada por la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), la informalidad laboral pasó de 48,5% en 2015 a 84,5% en 2020, lo que implica que 8 de cada 10 trabajadores venezolanos operaban en el sector informal. En 2021, esta cifra alcanzó un pico de 51% de la población ocupada, superando por primera vez al empleo formal.
Ese informe desglosa los cinco cambios clave que han redefinido el empleo en Venezuela entre 2014 y 2021, y los retos que enfrenta el país para reconstruir su fuerza laboral.
Una fuerza laboral mermada por la crisis
Entre 2014 y 2021, la población económicamente activa (PEA) de Venezuela se redujo 21%, pasó de 12,6 millones a 10,4 millones de personas. La emigración masiva, que ha llevado a 7,7 millones de venezolanos a abandonar el país, y una contracción del 86% del PIB en el mismo período, explican esta caída.
«La tasa de participación laboral tocó fondo en 2021, con solo 49 % de la población en edad de trabajar involucrada en actividades económicas, frente a 58 % en 2014. Comparado con países como Perú (77 %) o Bolivia (74 %), Venezuela exhibe una de las tasas más bajas de América Latina», explica Richard Obuchi, coordinador del estudio del IESA.

“La emigración ha diezmado nuestra fuerza laboral, especialmente entre los jóvenes, que son el motor de la productividad”, añade el economista, quien agrega que esta pérdida ha dejado un mercado laboral más pequeño y menos dinámico, incapaz de sostener una recuperación económica robusta.
El experto agrega que, ya que el trabajo informal se caracteriza por su precariedad, afecta los patrones de consumo y debilita la economía.
«La caída del sector formal, especialmente en industrias como la manufactura y la construcción, ha contribuido a este aumento», dice.
La informalidad: un refugio ante el colapso
La crisis económica, marcada por hiperinflación y la contracción de sectores clave como la manufactura y el transporte, ha empujado a los venezolanos hacia la informalidad. En 2021, el 51% de los trabajadores ocupados laboraba en el sector informal, un aumento significativo desde el 36% en 2014. El empleo formal, por su parte, se desplomó un 34%, pasando de 7,5 millones a 4,9 millones de trabajadores.
“La informalidad no es solo un síntoma de la crisis, sino una estrategia de supervivencia”, dijo por su parte Rosa Amelia González, coautora del estudio.
Sin embargo, los empleos informales, caracterizados por bajos salarios y falta de protección social, limitan la capacidad de los trabajadores para salir de la pobreza y contribuyen a la precariedad del mercado laboral.

Consecuencias
Económicas: La informalidad reduce la recaudación fiscal y la productividad, ya que las microempresas informales operan a pequeña escala y con baja tecnología. Esto debilita la capacidad del Estado para financiar servicios públicos.
Sociales: La falta de protección social aumenta la pobreza y la desigualdad. Los trabajadores informales tienen entre 2 y 5 veces más probabilidades de ser pobres, y las mujeres y jóvenes enfrentan mayores tasas de informalidad.
Laborales: La precariedad limita el acceso a capacitación y desarrollo profesional, perpetuando un ciclo de baja productividad y exclusión.
Brechas de género y envejecimiento: un doble desafío
Las mujeres han sido particularmente golpeadas por la crisis. La población económicamente activa femenina cayó 25%, de 4,75 millones en 2014 a 3,56 millones en 2021, y su tasa de participación laboral se redujo a 33%, la más baja de América Latina. En contraste, la masculina disminuyó 13%, con una tasa de participación del 67% en 2021. Esta brecha de género, la más amplia de la región, refleja barreras estructurales y culturales que dificultan la inclusión laboral de las mujeres.
A esto se suma el envejecimiento de la fuerza laboral. La proporción de trabajadores mayores de 40 años creció del 37% al 43% entre 2014 y 2021, mientras que el grupo de 25 a 39 años, afectado por la emigración, se redujo en 1,5 millones de personas (27,6%). “Una fuerza laboral envejecida enfrenta desafíos de productividad e innovación, especialmente en un contexto de economía colapsada”, advierte Víctor Carrillo, otro de los autores.

Transformaciones sectoriales: un retroceso económico
El empleo por sectores también ha sufrido cambios drásticos. Entre 2015 y 2021, la manufactura perdió 80% de sus trabajadores, y sectores como transporte y administración pública se contrajeron, eliminando 2,5 millones de empleos en conjunto. En contraste, la agricultura, una actividad de baja productividad, creció del 6% al 13% de la ocupación total, reflejando un retorno a la economía de subsistencia.
Los sectores clave de construcción, comercio, manufactura y servicios, que en 2015 representaban el 23% de los empleos, se redujeron al 10% en 2021. “Hemos retrocedido a una economía menos diversificada, con un enfoque en actividades de supervivencia que no generan valor agregado”, lamenta Obuchi.
Hacia un futuro incierto
El mercado laboral venezolano enfrenta retos estructurales que requieren soluciones urgentes. La recuperación del empleo formal, la inclusión de mujeres y jóvenes, y la diversificación económica son prioridades clave. Políticas públicas que fortalezcan la educación, mejoren las condiciones laborales y promuevan la formalización podrían sentar las bases para una economía más inclusiva. Además, el retorno de migrantes, con habilidades adquiridas en el extranjero, podría ser un catalizador para la reconstrucción, advierte el estudio del IESA.
“La migración de retorno es una oportunidad, pero requiere un entorno que incentive la inversión y el empleo”, subraya González. Sin embargo, en un contexto de incertidumbre política y económica, el camino hacia la recuperación sigue siendo incierto.
Mientras Venezuela lucha por superar el mayor colapso económico de su historia, su fuerza laboral refleja tanto las cicatrices de la crisis como el potencial para un futuro mejor. La pregunta es si el país podrá transformar este desafío en una oportunidad.
Este contenido se hizo en alianza con Noticias Sin Filtro
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